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lunes, 27 de septiembre de 2010

Teatro

La mirada del otro es siempre algo perturbador.
Algo perturbador y algo adiptivo, deseable, sensual. Tiene que ver con el contacto, con la mera presencia del otro, con sabernos en cierta manera deseados, o más bien deseables. Sin embargo, en esas miradas en las que siempre he querido vislumbrar tantas cosas, ahora me pregunto qué había o qué hay de verdad, y cuánto de mí misma he puesto en lo que yo leía en ellas. Más allá de la mirada del otro están sus palabras. Pero ¿quién es más sincero? Estoy pensando en tantas veces en las que no pude creerte, a ti también entre más, sin saber todavía qué parte era realidad, qué parte era simplemente artificio. Me gustaría preguntarte qué pensabas realmente entonces cuando me mirabas así, cuando me decías aquellas cosas, cuando me escribías, me buscabas. Nunca te creí y no es que tenga ya mucha importancia. Sin embargo, recuerdo como empezaste a mirarme diferente, recuerdo cómo me encantaba al principio, furtívamente; cómo después no pude; cómo al final no quise que me miraras más.

Aquí, a salvo de miradas indiscretas, me expongo más que nunca, cobijada en un semi anonimato, entre las sombras de palabras que fácilmente podría eludir. Te deseché muy pronto. Tenía miedo de lo que veías en mí. No sé qué sería. Yo nunca lo he visto.

Creo, en el fondo, que eso que como tú otros dicen que tengo, es sólo un reflejo del sol.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Yesterday

Recuerdo a menudo las manos de mi madre.
A veces trae algún rasguño. A mi madre le encanta tocar la tierra, llenarla de árboles, de plantas. Cuando vivíamos en el piso, llenaba la terraza de cactus y crasas (era lo único que soportaba aquel viento y el sol de un cuarto piso). Siempre había espacio para más, siempre había algo que descubrir en cada nueva hoja, en cada  flor. Mi madre mira las plantas con admiración, con sorpresa, como si fuese un milagro que los árboles empiecen a echar hojas de nuevo cada primavera , que en verano los árboles se llenen de fruta y en otoño regresen las castañas. Espera ilusionada los bulbos en el invierno, sobretodo los que nacen de la tierra sin avisar, los que ella no plantó, los que sí son un descubrimiento. Pasear con mi madre por un bosque es de verdad estar en ese bosque. De repente puedes ver los insectos moviéndose bajo tus pies, las flores diminutas escondidas entre las rocas, el sonido de nuevos pájaros que siempre estuvieron pero que jamás te paraste a escuchar. También los peligros, las piedras resbaladizas, los animales peligrosos, la tierra encharcada que se hunde bajo la hierba.
Yo nunca he sido muy buena viendo todas esas cosas. Pertenecen al mundo de mi madre. A veces, cuando estoy con ella entiendo porque le gusta tanto tocarla. Yo, desde fuera, observo muy bien lo predecible. Sé que detrás de la primavera siempre llega el invierno. Muy pocas veces tengo la paciencia para esperar que salga un nuevo tallo. 
LAs manos de mi madre es lo único que yo no he desdibujado en mi fantasía. Es lo unico que es igual en la madre que soñé y en la que tengo. Quizá porque nunca pensé que tuviera las manos perfectas. A veces me cuesta reconocerla, y recordarla se hace duro porque parece que la mujer que guardo en mi cabeza se fue hace mucho tiempo. Hay algunos momentos hermosos que quiero recordar, y siempre están sus manos. Todavía las veo enormes aunque hace tiempo que realmente no lo son, desde que crecí. Y sin embargo, pensando en ellas se me aparecen como gigantes que me sostendrán en mis primeros pasos. Gigantes cariñosos que me abrazarán cuando llore la primera vez por amor. Gigantes que me despertarán tocando el piano, despacio, sin palabras pero con mucho amor. Otras veces, me enseñarán a cocinar bechamel o a hacer galletas. Con ellos coseré la manta que regalaremos a mi padre. Y tiempo después, son ellos los que me llevarán a recordarla, a buscar el hueco de su cuerpo para que me acune. Cuando me dirijo a él siempre creo que va a ser enorme, pero apenas llego a ella, aparece la mujer pequeña y frágil que es mi madre, con sus ojos azules y su sonrisa apretada. Y luego miro sus manos y recuerdo que a mi madre le gusta tocar la tierra. Y yo, cada vez más, quiero tener unas manos como las suyas. Así, que no sean perfectas.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Contraseña

Yo le escribo inconscientemente
cartas desde el silencio.

Ahora me gusta el café
y ver a la gente liándose cigarrillos,
visitar librerías, sentarme a leer
en el suelo,
los mercadillos, los puestos de verdura.

Leo poesía,
escucho jazz a cada rato
y sonrío cuando le encuentro
escondido en una palabra.

Le imagino caminando en una ciudad
no muy distinta de la que ahora es mía:
agua, canales, frío, viento, el sol furtivo a ratos.

Yo le escribo inconscientemente
cartas desde el norte.

Casi puedo adivinar sus pasos,
su balanceo suave,
su pañuelo al cuello,
los labios apretados,
sus pasos acercándose,
su pelo, su sonrisa al verme.

Yo le escribo inconscientemente
cartas al sur y llegan

sus brazos, su boca, los besos,
suyas-mías-nuestras lágrimas.
Nuestras risas también
llenando lo que fue el silencio
reduciendo el espacio a cero
liberando el cuerpo
despertando acurrucada en él.

La distancia se diluye,
mi esperanza grita desde el papel
¡Adelante!, y sé al fin que,
a pesar de todo,
puedo escribir
inconscientemente
en sueños
mientras hablo
al moverme
al respirar
al esperarle
a tientas
en silencio.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Miedo al naufragio

Durante mucho tiempo busqué las preguntas correctas, imaginé las respuestas adecuadas, esperé por el momento justo.
Ahora, sentada aquí, sólo espero.
¡Qué vacía se encuentra esta habitación de mi! No encuentro por ningún lado coherencia, no resisto la espera de lo inesperado, de no saber si las certezas se desvanecen a cada paso que doy hacia el Norte.
Para ser sincera, quizá esté vacía, sin más. Quizá por eso no escriba, ni actúe, ni consiga tener amigos. Tal vez no haya nada que escribir, nada que contar. Pero entonces, ¿por qué siento esta necesidad? Es ella la que me ha llevado a pensar que hay palabras esperando por mí, historias y sensaciones, y fantasmas. Ahora me doy cuenta que es tanto como creer que existe Dios sólo porque necesito que exista. ¿Pero es que acaso hay alguno por mucho que yo le hable? ¿Es que acaso yo valgo algo por mucho que yo sienta que sí? Hubo un tiempo en el que estaba segura, en que creí. Pero ya no creo siquiera que tú seas real. He debido imaginarte.
Y ni esto es nuevo, ni he conseguido escribirlo con más ingenio que cualquiera de los cientos que antes de mí hablaron del mismo tema. ¿Cuáles son mis delitos? ¿Por qué me siento tan sola? Una vez naufragué durante años...
No naufraga quien no viaja y yo he decidido viajar otra vez, me he atrevido, sí. Para encontrar no sé qué que creo necesitar para empezar mi vida. Pero mi vida ya ha comenzado. Y es esto, esto que es nada realmente. ¡Qué miedo tengo de que sea todo! De no ser como un día me vi, me soñé. ¿Cómo hacer que realidad y fantasía me permitan vivir? ¿Cómo abandono la costumbre de dejar que el tiempo pase sin hacer nada? Una voz grita en mí: "escribe". Quiero llorar, siento la llamada del mar empujándome al naufragio. No hay cuerdas ni salvavidas; sólo yo sobre una roca que poco a poco va hundiéndose, sin ni siquiera atreverme a gritar pidiendo ayuda para no ser rechazada, sin probar si hago pie en la oscuridad o si soy capaz de llegar hasta la orilla. Quieta, inmóvil.
No te salves