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jueves, 16 de mayo de 2013

Evocación de la tristeza

Quisiera empezar recordándote,
llamarte amor,
llenarme de ternura.

Recordarte en primavera
cubierta de flores.
Hacerte de rayos de sol y de olas.

El tiempo, que sabe de ti más que los hombres,
te construye de engaños cada vez que puede.

Sé que son para ti los nidos olvidados,
el vacío de las páginas en blanco,
los diarios arrojados a las llamas,
el lamento oscuro de los lobos.

No eres sólo de hombres, no,
pero no descubro nunca dónde vives.

Sé que, visitante siempre,
caminas con los pies descalzos;
acechas tras los recodos del pasillo
en cada puerta entrecerrada,  vacilante,
escondida en cada nana que te escucho.

Paseas entre los dedos desnudos que me tocan hoy,
llamando a los de antes y a los que he anhelado.

Reconozco que eres fiel.
Te oigo por las noches descender desde el tejado,
acercarte a mi oído para susurrar sus nombres.
Lo que queda.

Cada instante que rodeas mi memoria
se hace eterno.

Te confundes con el aire en mis pestañas.
Evocarte es sólo poder hablar de tu perfume.