Magdalena en el bosque del amor, Emile Bernard |
Hagásmoslo fácil, sonriamos desde ya, recordemos que hay tiempo, sin presiones, sin remordimientos, sin culpas.
Pongamos que mañana hace sol y una suave brisa que mueve las hojas del árbol frente a mi ventana. Que enciendo la radio y escucho una canción hermosa y vital que nunca había oído. Los huevos sabrán mañana mejor que ningún otro día, y él sonreirá también y bajará a por croissants y zumo con un beso.
Pongamos que me siento a escribir y escribo, y termino por fin ese trabajo que me atormenta. Y en la tarde huelo palomitas en la cocina después de hablar con mi abuelo y decirle que le quiero. Y después mi amor y yo vemos una película abrazados y, mientras atardece, hacemos el amor, largo, intenso, sincero.
Pongamos una pizza de salmón para la cena, y un par de mails enviados a quien tanto cuesta escribir. Un paseo por los puentes de Ámsterdam de noche, sabiendo que es de las últimas veces, y unos besos de camino a la cama.
Pongamos que cierro los ojos y de repente el peso se ha marchado, y mis músculos se aflojan y respiro tranquila.
Pongamos que a partir de mañana la culpa se habrá ido. Y el miedo también, todo tiene un final (¿verdad Jorge?).
Pongamos que vuelvo a dormir y a soñar por las noches, a partir de mañana.
Pongamos que vuelvo a dormir y a soñar por las noches, a partir de mañana.
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