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domingo, 28 de noviembre de 2010

Ven a verme

Una imagen en mi cabeza se repite y te veo a tí, entonces, nunca, abrazando a un árbol inmenso. Tus brazos no pueden ni rodear la mitad de ese tronco inmenso, fuerte y lleno de arrugas que recuerdan el esfuerzo que le llevó crecer. Verte así, con los ojos cerradas, sonriendo y llena de luz abrazada a ese árbol silencioso. Es él quien te abraza a tí, quien te da más, en silencio. Y tú de repente ya no eres más tú sino que ahora eres yo, quien te mirá, y ahora tú me miras a mí. Pero no puedo ver tus ojos porque ahora estoy con el árbol y siento en él tu abrazo cálido. O a lo mejor sí, sí puedo verte, pequeña, sólo ojos, o inmensa, sólo ojos. Y cálida y fría a la vez. Pero tú y yo en ese bosque silencioso.
Me pregunto dónde ocurrió todo eso, dónde está ese lugar, porque quiero llevarte, quiero ir allí contigo. No, miento, quiero que tú me lleves. He esperado mucho tiempo a que lo hagas. Dos billetes, un regalo eterno, porque no llega, porque duraría para siempre. Como esta imagen. Sí, alguna vez pasó, entre piedras y más piedras, cuando me asustaba que te perdieras en uno de esos agujeros negros. Pero siempre salías. Entonces yo no quería ir contigo, te esperaba afuera llena de miedo. De repente salías de lo oscuro y me sonreías. Siempre te recuerdo sonriendo y estoy segura de que no lo hacías tanto. No te gusta tu sonrisa. A mí, sí. Gracias por llenarme de magia, por traerme las sirenas, Papa Noel, las brujas, las hadas y sobretodo el bosque. Por abrirme libros llenos de fantasía.




Debió ser entonces, en la bañera, mientrás me leías. Sí.

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