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lunes, 13 de junio de 2011

Miedo

Me reconocerás por los escombros,
por los pequeños trozos de cristal de mi piel,
por los arañazos de mi espalda,
por la cicatriz en mis muñecas.

Podrás ver cada llaga de mis pies.
Huir, correr, escaparme.
Las marcas de sus mordiscos en mis muslos
perfectamente asimétricas.
Y en mi pecho también,
rebosante de leche materna,
destrozado por sus dientes,
ya nunca más mío.

Mi vientre es un agujero negro, un vacío.
Huir, correr, escaparme otra vez.
En mi rostro ¡mírame! cicatrices,
por cada vez que me rompían,
que partían un sueño.
Un hilo de sangre en la nariz,
los ojos que apenas puedo abrir llenos de rabia.

Las piernas me tiemblan.
Huir, correr, escaparme siempre.
En los tobillos la marca de las cadenas,
mis manos frías, los pies de un muerto,
las rodillas moradas de arrodillarme,
bloqueadas, apretadas, cerradas las piernas.

Cada rotura, cada herida, cada marca,
cada trozo de piel rasgado que he heredado,
de mi madre, de mis madres, de todas, de ellas,
está aquí, dibujado en mi cuerpo,
tumbado conmigo.

Agazapada en la noche mientras tú duermes,
mientras sueñas a mi lado
con que apenas tengo veintiséis años,
con que a veces soy feliz,
con que a veces lloro sola,
me reconocerás mañana por los escombros.

Mi espalda llena de cristales de la caída,
los ojos abiertos en la noche, el pulso acelerado.
Nadie me ha tocado, todavía.
Duermo en la cama al lado del hombre que quiero,
y sin embargo, he heredado un alma hecha de escombros.

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