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lunes, 13 de junio de 2011

La noche era silencio

Por las noches oigo las pisadas de la gente, y el ruido del radiador llenándose de agua, y los interruptores de otras casas. El sonido de la cadena de vez en cuando, a veces la lluvia contra el cristal, a veces el viento entre las hojas.
Te oigo respirar fuerte a mi lado. Es una respiración graciosa porque puedo verte en la oscuridad, el sonido me hace imaginarte: la boca un poco abierta, una mano sobre el pecho, de vez en cuando una patada. La noche no es silenciosa ni un momento. Luego llenan mis tripas, que se aburren de los sonidos rítmicos de mi pulso. Se mueven, congestionan, aprietan el pecho. Cambio de postura, tú tal vez te mueves, y a lo lejos pasa una moto o un coche.
Entonces recuerdo lo fácil que era. Recuerdo pensar que la noche era silencio porque nunca la había escuchado. Al cerrar los ojos me dormía, incluso sin sueño, incluso lejos de casa. Ahora sé que la noche es ruidosa, que yo soy ruidosa. Mi cabeza no para.
Cierro los ojos y comienzan las imágenes. Veo conexiones de colores, imagino mi columna tumbada junto a ti, que sigues respirando fuerte. La imagino fucsia, brillando en la oscuridad del cuarto, sobre la cama, casi fuera de mi cuerpo, flexible, curva. Cada vez más curva. Mi cuerpo también, cada vez más curvo, casi contraído. Temo despertarte. Sin embargo, no me he movido un centímetro. Mi espalda, mi columna, se separa en cada vertebra. Tomo conciencia de cada una o cada una de ellas toma conciencia de mi y se separa. Se rebelan por forzarlas durante el día, por no prestarlas atención. Especialmente mi cuello. Las vertebras se niegan a sujetar el peso de mi cabeza. Cada vez más fucsia, cada vez más brillante, cada vez más lejos. Suena una vertebra en mi cuello, un ruido atronador que estalla en mis oídos. No puedo moverme, no puedo abrir los ojos, no puedo dormir, no puedo despertar. Te oigo respirar fuerte a mi lado. No me he movido ni un centímetro.
La indolente, Pierre Bonnard

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