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lunes, 27 de septiembre de 2010

Teatro

La mirada del otro es siempre algo perturbador.
Algo perturbador y algo adiptivo, deseable, sensual. Tiene que ver con el contacto, con la mera presencia del otro, con sabernos en cierta manera deseados, o más bien deseables. Sin embargo, en esas miradas en las que siempre he querido vislumbrar tantas cosas, ahora me pregunto qué había o qué hay de verdad, y cuánto de mí misma he puesto en lo que yo leía en ellas. Más allá de la mirada del otro están sus palabras. Pero ¿quién es más sincero? Estoy pensando en tantas veces en las que no pude creerte, a ti también entre más, sin saber todavía qué parte era realidad, qué parte era simplemente artificio. Me gustaría preguntarte qué pensabas realmente entonces cuando me mirabas así, cuando me decías aquellas cosas, cuando me escribías, me buscabas. Nunca te creí y no es que tenga ya mucha importancia. Sin embargo, recuerdo como empezaste a mirarme diferente, recuerdo cómo me encantaba al principio, furtívamente; cómo después no pude; cómo al final no quise que me miraras más.

Aquí, a salvo de miradas indiscretas, me expongo más que nunca, cobijada en un semi anonimato, entre las sombras de palabras que fácilmente podría eludir. Te deseché muy pronto. Tenía miedo de lo que veías en mí. No sé qué sería. Yo nunca lo he visto.

Creo, en el fondo, que eso que como tú otros dicen que tengo, es sólo un reflejo del sol.

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