Translate

sábado, 18 de septiembre de 2010

Yesterday

Recuerdo a menudo las manos de mi madre.
A veces trae algún rasguño. A mi madre le encanta tocar la tierra, llenarla de árboles, de plantas. Cuando vivíamos en el piso, llenaba la terraza de cactus y crasas (era lo único que soportaba aquel viento y el sol de un cuarto piso). Siempre había espacio para más, siempre había algo que descubrir en cada nueva hoja, en cada  flor. Mi madre mira las plantas con admiración, con sorpresa, como si fuese un milagro que los árboles empiecen a echar hojas de nuevo cada primavera , que en verano los árboles se llenen de fruta y en otoño regresen las castañas. Espera ilusionada los bulbos en el invierno, sobretodo los que nacen de la tierra sin avisar, los que ella no plantó, los que sí son un descubrimiento. Pasear con mi madre por un bosque es de verdad estar en ese bosque. De repente puedes ver los insectos moviéndose bajo tus pies, las flores diminutas escondidas entre las rocas, el sonido de nuevos pájaros que siempre estuvieron pero que jamás te paraste a escuchar. También los peligros, las piedras resbaladizas, los animales peligrosos, la tierra encharcada que se hunde bajo la hierba.
Yo nunca he sido muy buena viendo todas esas cosas. Pertenecen al mundo de mi madre. A veces, cuando estoy con ella entiendo porque le gusta tanto tocarla. Yo, desde fuera, observo muy bien lo predecible. Sé que detrás de la primavera siempre llega el invierno. Muy pocas veces tengo la paciencia para esperar que salga un nuevo tallo. 
LAs manos de mi madre es lo único que yo no he desdibujado en mi fantasía. Es lo unico que es igual en la madre que soñé y en la que tengo. Quizá porque nunca pensé que tuviera las manos perfectas. A veces me cuesta reconocerla, y recordarla se hace duro porque parece que la mujer que guardo en mi cabeza se fue hace mucho tiempo. Hay algunos momentos hermosos que quiero recordar, y siempre están sus manos. Todavía las veo enormes aunque hace tiempo que realmente no lo son, desde que crecí. Y sin embargo, pensando en ellas se me aparecen como gigantes que me sostendrán en mis primeros pasos. Gigantes cariñosos que me abrazarán cuando llore la primera vez por amor. Gigantes que me despertarán tocando el piano, despacio, sin palabras pero con mucho amor. Otras veces, me enseñarán a cocinar bechamel o a hacer galletas. Con ellos coseré la manta que regalaremos a mi padre. Y tiempo después, son ellos los que me llevarán a recordarla, a buscar el hueco de su cuerpo para que me acune. Cuando me dirijo a él siempre creo que va a ser enorme, pero apenas llego a ella, aparece la mujer pequeña y frágil que es mi madre, con sus ojos azules y su sonrisa apretada. Y luego miro sus manos y recuerdo que a mi madre le gusta tocar la tierra. Y yo, cada vez más, quiero tener unas manos como las suyas. Así, que no sean perfectas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario